jueves, 11 de junio de 2009

Palabras escuchadas de un ángel olvidado

Anoche mientras el sueño se metía bajo la puerta de mi cuarto y se estiraba como el humo ligero de un incendio silencioso, escuché a un ángel que se mudó conmigo susurrando las palabras que hinchaban sus labios antiguos como la lava a la montaña que la guarda.

Esto oí decir al ángel:

Noche amiga, regálame una ráfaga de aliento putrefacto para recordar los besos de una mujer que nunca amé,
Cobíjame con la piel de los lobos que te aúllan extrañándote, que estoy desnudo y tengo frío.
¿Acaso se ha detenido el gran poder a calentar mis alas con el fuego de su palabra?
Si me dijera ángel, si me pusiera un nombre, si sembrara en mi pecho un dolor que no fuera tan conocido como el que llevo en los ojos, si me clavara un rayo estruendoso en este cráneo de pétalos marchitos y me escupiera su condena para al fin morir, tendría una esperanza de mudar de traje, de abandonar las alas que me pesan como el tiempo.
Pero a cambio tengo esta angustia eterna de ver desvanecerse a los hombres que escriben mis palabras y detienen mi rostro en el lienzo.

El ángel pronunció mi nombre, lloró un mar y se esfumó en la oscuridad antes que lo pudiera consolar, o tal vez besarlo para conjurar su ausencia.

Un charco quedó humedeciendo el suelo tras mi puerta y por el corredor sus huellas se alejaban: eran tus pies.