jueves, 23 de abril de 2009

Cinco capítulos de tu mano derecha

Pulgar
Estas solo como una estrella. A millones de años de una voz cercana. Te quemas, te consumes en una luz que lo ilumina todo menos a ti. Te aferras a ese lápiz como a un salvavidas, aunque sepas que no hay isla donde descansar tu tristeza náufraga.

Índice
“Allí”, señalas. Pones tu índice en el centro de mi alma porque te viste reflejado como en un espejo de agua. “Allí estoy yo hundido” y yo digo que lo estás. Me atraviesas con tu índice y el olvido decantado en el fondo de ese pozo, se levanta en oleadas circulares. Tu mano me señala, tu mano me apunta… está cargada.

Corazón
Con una aguja punta roma, la mujer va bordando sobre su tela de algodón un corazón de hilos de carne que dejan un rastro de sangre sobre su falda.
Tareas dolorosas tiene la vida y sin embargo, el corazón ya late en su regazo, y tú, pequeño como un escarabajo, lo esperas dentro suyo, en su vientre, porque ella sabe que hay mucho silencio y soledad que llenar en ese pecho.

Anular
Te corono príncipe de los andenes, con corona de palabras, de besos silenciosos, de despedidas, de tristezas reventándote los ojos. Te corono príncipe del reino de las mariposas negras, de las calles nocturnas, de las piedras.
Pongo sobre tu frente una corona de flores que empiezan a delirar mutiladas, poso mis labios sobre tus párpados cerrados entregándote el reino de oscuridad que sin corona te tomaste. No necesitas un eslabón dorado, ni piedras preciosas. En tu reino basta que tus ojos se cierren para que la luna se apague.

Meñique
Déjame besar ese pequeño lugar de tu mano. Déjalo pasear por las comisuras de mis labios, deja que lo meta en mi boca, deja que lo envuelva mi lengua de serpiente, deja que lo lama, que lo muerda, que lo deje salir rodando por mi cuello mojando mi escote; deja que se pierda en mi ombligo, deja que descienda, que se hunda, que me encuentre, deja que descanse en mi rodilla, deja que se duerma; deja que me ame sin promesas.



Adriana Carreño

lunes, 13 de abril de 2009

¿Dónde estaba escrito?

Nadie ha podido averiguar que clase de conjuro abre o cierra el alma de un hombre cuando se considera la combinación de pestillos y luces, de curvas metálicas y giros mortales con la que se lanza una mirada para entrar en otra mirada.
Los ojos levantan su lomo y arquean los párpados, casi se siente su ronroneo misterioso y aquel temblor de brillos los hacen luz en la noche para que al final se encuentren y se iluminen solidarios.
Dónde está el secreto que revele qué juego hace falta conocer, qué pregunta responder, qué territorio fundar, para saber que unos ojos tristes y otros más tristes descubrirán que miran el horizonte con la misma nostalgia y que cuando ven hacia el pasado no quisieran dejar en la nieve de su corazón congelado la misma pesada huella que casi extravió su esperanza.
Los ojos se encuentran, simplemente se estrellan como transeúntes afanados con urgencias ilusorias y manos llenas de soledad calcinada. Van caminando por cualquier calle pálida y detectan el color ocre de sus historias y saben que quieren seguir mirándose, pidiéndole a la muerte que los espere en una esquina por unos cuantos siglos, mientras se cruzan sus lágrimas nuevas y recuerdan juntos las antiguas.
Así se conocen, así abren sus almas los hombres. No saben cómo, no tienen idea de qué fuerza los llama a entregar su más antiguo dolor en un instante de colores, pero lo entregan porque no tienen más.
Mientras se miran él y ella, un tren descarrilado les lacera las arterias piel adentro. Sienten su revolución ruidosa, la historia que cada uno ha contado se desgarra palmo a palmo y charquitos de sangre les inundan las pupilas –todo el brillo está contenido en unos ojos sangrantes-.
Basta un eterno segundo para que sepan que mercadearon sus vidas en el cruce de miradas, pero cuando permanecen, no saben, no tienen idea de cuantos ocasos durará el delicioso desastre de morir en ojos de otro y confundir el mundo que miran con el mundo en el que son mirados.

Y yo me pregunto ¿eso dónde estaba escrito?
Aquí conjuro el pasado y queda consignado este deseo…
Que tus ojos tristes descansen muchas noches bajo mis párpados mientras veo como se cierran los míos a tu lado.

miércoles, 1 de abril de 2009