Ni cabellos de oro ni dientes de perla. Tengo la canción grabada sin ninguna precisión temporal ni espacial. En muchos lugares del pasado oigo los ecos de la voz de mi padre y puedo encontrarme su mirada, su rostro completo, atento a mis gestos y ese olor característico a cigarrillo que nunca lo abandonaría, ni siquiera el día que lo despedí con un beso en la frente ya fría. Muñequita linda, no cualquiera, la de Nat king cole, la que me reencontré en la película de Wong Kar wai, la que sonando deja una coleta de vocal y consonante torcidas, casi impronunciables para el hombre de Montgomery. Vuelve como si fuera un himno vital, como muchas canciones, porque el amor transforma la realidad, y yo, que cierro los ojos y me recuesto placidamente en aquel sillón verde de la oficina de mi padre, o lo que es lo mismo, en un lugar adorado del pasado, siento que no hay un mejor nombre para un mi blog. El rigor para alimentar este espacio virtual, tendrá mucho de virtual. Rigurosidad virtual. Solo ese rigor encontrará un lector que llegue (no tengo idea por qué razón) a esta página entre tantos millones. Si aquí cabe decir algo de cuánto me gusta la literatura, el cine, la tristeza, la soledad, el sexo, los retazos de conversaciones sin importancia y los seres humanos que no claudican en su deseo, pues aquí lo pondré y de todo eso seguro que habrá un poco. Por ahora me detengo unos pocos minutos durante los tiempos que me suelto del trabajo. Mi lector, ni paciencia le pido... de hecho nada le pido.