jueves, 5 de marzo de 2009

Otra versión libre de Caperucita

Caperucita no gustaba de la historia centenaria en la cual el lobo la devoraba y un valiente cazador la rescataba de su panza. Caperucita no quería ser rescatada por ningún cazador. Caperucita no quería ser rescatada por nadie.
Pensó que las historias habían equivocado la versión que a ella más le gustaba, la verdadera. La que dice así:

Una tarde caperucita estaba sola en su casa y quiso salir a dar una vuelta por la ciudad, aprovechando que su abuelita estaba en el gimnasio y luego iría a tomar unos aguardientes con sus amigas.
Pensó que era una excelente idea invitar al lobo,
-Ese tipo si que era buen conversador- recordó.
Tuvo que admitir que además de aquello, se sentía emocionada de ver sus ojos bonitos y tranquilos mirarla seriamente, y un escalofrío le recorrió la espalda de solo pensar en sus labios suaves de color intenso que se abrían para decirle palabras sobre mil cosas.
-El lobo, definitivamente quiero ver a lobo-.
La certeza la sorprendió un poco, pues el prejuicio que pesaba en la tradición literaria sobre amistades entre caperucitas y lobos, no siempre la dejaba actual con libertad.

Caperucita le envió un mensaje de texto, sin dejar de sentir el cosquilleo justo detrás del cuello, donde la caperuza se amarraba en un nudito pequeño.
Esperó un buen rato la respuesta y alcanzó a resignarse a tomar su gabardina roja y salir de casa a dar un paseo nocturno, como suele hacer, cuando el lobo le respondió.
Los dos, creería caperucita, un poco expectantes (ella nerviosa), se encontraron al cabo de un rato y se sentaron a tomar una cerveza en el bosque (en el barrio El Bosque) y comieron algunos pastelillos que cargaba ella en su mochila y que su abuelita había comprado en Carrefour.
Hablaron y hablaron la noche entera. Aprovecharon para ofrecer una disculpa por aquel malentendido sobre el traje de abuela y las piedras en la barriga. El lobo admitió que le encantaban los disfraces, que era aficionado a los pasteles, que el cazador le caía muy gordo y que caperucita le parecía encantadora.
Ella por su parte admitió que no tenía lío con el episodio de su abuela (al fin y al cabo la señora ya estaba bastante grande para cuidarse sola), que el cazador no era su tipo, que comer piedras le causaba pesadez y que él, el lobo, le parecía también encantador. De hecho le confesó que lo había soñado ya varias noches y que le encantaba sentir su barba medio rubia rozándole la mejilla cuando se saludaban. El lobo se sonrojó.
Él, que al contrario de lo que la imaginería popular se ha encargado de decir, es un tipo dulce y caballero, ofreció acompañar a Caperucita a su casa… y ella, que confirmaba que su compañero de cañas le había alegrado la noche, le dijo que sí.
-Pero qué manos más suaves tienes- Dijo Caperucita mientras lo tomaba para cruzar una calle. -Son para tocarte mejor-, dijo él.
-Pero que ojos más serenos tienes- volvió a decir la niña, mientras su mirada se cruzaba con la de él en un instante muy breve. –Son para mirarte mejor- repondió.
-Pero que risa más contagiosa tienes-. Y él sonrió.
-Pero cuánto me gusta como hueles-… Él pensó que caperucita se estaba poniendo muy melosa y que hablar del olor de alguien era toda una rareza.
Aún así el lobo acompañó a Caperucita a su casa y veló sus sueños. Bueno, en realidad se quedó profundo mientras caperucita se soñaba con él.

Esa es la historia que le gusta a caperucita recordar. Dicen los narradores de los clásicos que caperucita no quiso contar más detalles sobre lo que pasó después.
Al parecer al lobo le dejó de parecer extraño lo que decía Caperucita y la invitó a conocer su casa.
Se siguen escribiendo correos electrónicos, a veces mensajes de texto y ella espera siempre con mucha impaciencia verlo nuevamente.
Él lobito, entendiendo que la niña es impaciente, atina a decir, quizás… quizás… quizás.

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